El leñador de hojalata |
-¿Gemiste tú? -preguntó la niña.
-Sí -repuso el hombre de hojalata-. He estado gimiendo por más de un año, y hasta ahora no me había oído nadie.
-¿Qué puedo hacer por tí? -murmuró Dorothy, muy conmovida ante el tono dolorido con que hablaba el hombre.
-Ve a buscar una lata de aceite y lubrícame las coyunturas -pidió él-. Están tan oxidadas que no puedo moverlas. Si me las aceitan, en seguida mejorará. Hallarás la aceitera en un estante de mi casita.
Dorothy corrió en seguida hacia la casita donde había pasado la noche, halló la lata de aceite y volvió con ella a toda prisa.
-¿Dónde tienes las coyunturas? -preguntó.
-Acéitame primero el cuello -respondió el Leñador de Hojalata.
Así lo hizo la niña, y como estaba muy oxidado, el Espantapájaros asió la cabeza de hojalata y la movió de un lado a otro hasta que la hubo aflojado y su dueño pudo hacerla girar.
-Ahora acéitame las articulaciones de los brazos- pidió el Leñador.
Así lo hizo Dorothy, y el Espantapájaros los dobló con gran cuidado hasta que quedaron libres de herrumbre y tan buenos como nuevos.
El Leñador lanzó un suspiro de satisfacción mientras bajaba su hacha y la apoyaba contra el árbol.
-¡Qué bien me siento! -dijo-. He estado sosteniendo el hacha desde que me oxidé y en verdad que me alegro de poder dejarla. Ahora, si me aceitan las articulaciones de las piernas, estaré completamente bien.
Le aceitaron las piernas hasta que pudo moverlas con entera libertad sin dejar de darles las gracias una y otra vez por su liberación, pues parecía ser un personaje muy cortés y agradecido.
-Me hubiera quedado allí para siempre si no hubiesen venido ustedes -expresó-, así que en realidad me han salvado la vida. ¿Cómo es que pasaron por aquí?