jueves, 12 de abril de 2012

Buscando un cerebro


El espantapájaros del Mago de Oz
Espantapájaros
 - Buenos días -dijo el espantapájaros con voz ronca.

- ¿Has hablado? -preguntó la niña maravillada.

- Claro -contestó el espantapájaros-. ¿Cómo estás?

- Muy bien, gracias -repuso cortésmente Dorothy-. ¿Y cómo estás tú?

- Yo no me encuentro bien -dijo el espantapájaros con una sonrisa-, pues es muy aburrido estar aquí colgado día y noche para espantar a los pájaros.

- ¿No puedes bajarte? -preguntó Dorothy.

- No, pues este palo me obliga a tener la espalda rígida. Si fueras tan amable de quitarme el palo, te quedaría muy agradecido.

Dorothy le levantó ambos brazos y levantó la figura de trapo, pues al estar rellena de paja, era bastante ligera.

- Muchas gracias -dijo el espantapájaros cuando bajó al suelo - Me siento como nuevo.

 
El espantapájaros del Mago de Oz (detalle de la espalda)
Espantapájaros de espaldas

Dorothy estaba confundida pues le parecía muy raro oir hablar a un hombre de paja y verle arquearse y andar a su lado.

- ¿Quién eres? -preguntó el espantapájaros cuando se hubo estirado y bostezado-. ¿A dónde vas?

- Me llamo Dorothy -dijo la chica-. Voy a la Ciudad Esmeralda a pedirle al Gran Oz que me devuelva a Kansas.

- ¿Dónde está la Ciudad Esmeralda y quién es Oz? -preguntó él.

- ¡Cómo! ¿no lo sabes? -inquirió sorprendida.

- No, desde luego, yo no sé nada. Mira de lo que estoy relleno, así que no tengo cerebro -contestó tristemente.

- ¡Oh! Lo siento por tí -dijo la chica.

- ¿Crees que si voy a la Ciudad Esmeralda contigo me daría Oz mi cerebro?

- No lo sé, pero puedes venir conmigo si lo deseas. Si Oz no te da el cerebro, no estarás peor que ahora.

- Es verdad -dijo el espantapájaros-. Ya ves -continuó confidencialmente-. No me preocupan ni mis piernas ni mi cuerpo estando relleno de paja, puesto que no pueden dolerme; si alguien me pisa los pies, o me clava una aguja, no me importa porque no puedo sentirlo. Pero no quiero que la gente me tome por tonto, y, si mi cabeza está rellena de paja, en lugar de sesos como la tuya, ¿cómo voy a saber nunca nada?

- Te comprendo perfectamente -dijo la niña verdaderamente apenada por él-. Si vienes conmigo, le pediré que haga lo que pueda por tí.

- Gracias.


 «El Mago de Oz». L. Frank Baum.


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