miércoles, 20 de junio de 2012

Buscando un poco de valor

Dorothy, el espantapájaros y el hombre de hojalata encuentran al león.
Dorothy, el espantapájaros y el hombre de hojalata encuentran al león.

-¿Y porqué eres cobarde? -le preguntó Dorothy, mirándole con extrañeza, pues era tan grande como una jaca.

-Es un misterio -fue la respuesta-. Supongo que nací así. Como es natural, todos los otros animales del bosque esperan que sea valiente, pues en todas partes saben que el león es el Rey de las Bestias. Me di cuenta de que si rugía con bastante fuerza, todo ser viviente se asustaba y se apartaba de mi camino. Siempre que me he encontrado con un hombre he tenido un miedo pánico, pero no tenía más remedio que lanzar un rugido para ponerlo en fuga. Si los elefantes y los tigres y los osos hubieran tratado alguna vez de pelear conmigo, yo habría salido corriendo, por lo cobarde que soy... pero en cuanto me oyen rugir, todos tratan de alejarse de mí y, por supuesto, yo los dejo ir.

-Pero eso no está bien -objetó el Espantapájaros-. El Rey de las Bestias no debería ser un cobarde.

-Ya lo sé. -El León se enjugó una lágrima con su zarpa-. Es mi pena más grande, y lo que me produce mi mayor desdicha. Pero cuando quiera que hay algún peligro, se me aceleran los latidos del corazón.

-Puede ser que lo tengas enfermo -aventuró el Leñador. -Podría ser -asintió el León.

-Si es así, deberías alegrarte, pues ello prueba que tienes corazón -manifestó el hombre de hojalata-. Por mi parte, yo no lo tengo, de modo que no se me puede enfermar.
 
-Quizá si tuviera corazón, no sería tan cobarde.


El espantapájaros, el hombre de hojalata y el león.
El espantapájaros, el hombre de hojalata y el león.

-¿Tienes cerebro? -le preguntó el Espantapájaros.

-Supongo que sí -dijo el León-. Nunca me he mirado para comprobarlo.

-Yo voy a ver al Gran Oz para pedirle que me dé un cerebro, pues tengo la cabeza rellena de paja -expresó el Espantapájaros.

-Y yo voy a pedirle un corazón -terció el Leñador.

-Y yo a pedirle que me mande con Toto de regreso a Kansas -añadió Dorothy.

-¿Les parece que Oz podría darme valor? -preguntó el León Cobarde.

-Con tanta facilidad como podría darme sesos a mí -dijo el Espantapájaros.

-A mí un corazón -manifestó el Leñador.

-O mandarme a mí de regreso a Kansas -terminó Dorothy.

-Entonces si no tienen inconveniente, iré con ustedes -expresó el León-, pues ya no puedo seguir soportando la vida sin valor.

-Encantados de tenerte con nosotros -aceptó Dorothy-. Tú nos ayudarás a mantener alejadas a las otras fieras. Me parece que deben de ser más cobardes que tú si te permiten asustarlas con tanta facilidad.

Todos juntos se van a Oz.
Todos juntos se van a Oz.

-De veras que lo son -asintió el León-; pero eso no me hace más valiente, y mientras sepa que soy un cobarde me sentiré muy desdichado.

Y así, una vez más, el grupito partió de viaje, con el León marchando majestuosamente al lado de Dorothy. Al principio, a Totó no le agradó este nuevo compañero, porque no podía olvidar lo cerca que había estado de ser víctima de las enormes fauces del felino; pero al cabo de un tiempo se sintió más tranquilo y al fin se hizo muy buen amigo del León Cobarde.


Durante el resto de ese día no hubo otras aventuras que turbaran la paz del viaje. Eso sí, en una oportunidad, el Leñador pisó un escarabajo que se arrastraba por el camino y lo mató, lo cual le apenó mucho, pues se cuidaba siempre de no hacer daño a ningún ser viviente, y mientras continuaba marchando empezó a llorar con gran pesar. Las lágrimas se deslizaron lentamente por su cara hasta las articulaciones de su quijada, y allí oxidaron la hojalata. Poco después, cuando Dorothy le hizo una pregunta, el Leñador no pudo abrir la boca, porque tenía herrumbrada la articulación. Muy asustado por esto, le hizo señales a la niña para que lo socorriera mas ella no le entendió. El León tampoco podía comprender qué le pasaba. Pero el Espantapájaros tomó la aceitera de la cesta de Dorothy y echó aceite en la quijada del Leñador, y al cabo de pocos minutos el hombre de hojalata pudo volver a hablar como siempre.

-Esto me enseñará a mirar por dónde camino -dijo entonces-. Si llegara a matar a otro bicho es seguro que volvería a llorar, y las lágrimas me oxidan la mandíbula de tal manera que me es imposible hablar.

De allí en adelante marchó con gran cuidado, fijos los ojos en el camino, y al ver alguna hormiga u otro insecto que se arrastraba por tierra, se apartaba con rapidez a fin de no hacerle daño. El Leñador de Hojalata sabía muy bien que no tenía corazón, razón por la cual se esforzaba más que todos por no ser cruel con nada ni con nadie.

-Ustedes los que poseen corazón tienen algo que los guía y no necesitan equivocarse -manifestó-; pero yo no lo tengo y por eso debo cuidarme mucho. Cuando Oz me dé un corazón, entonces ya no me preocuparé tanto.



 «El Mago de Oz». L. Frank Baum.

2 comentarios:

Agradezco tus comentarios, me darán ánimos para seguir.