Kokeshi amigurumi |
Sachi jugaba a
emparejar conchas con la princesa Kazu. Arrodillada enfrente de ella, con las
manos entrelazadas sobre el regazo y con la vista fija en el suelo en actitud
de modestia, oyó el susurro de la seda cuando la princesa se recogió con
languidez la larga manga de la túnica y metió la mano en la caja lacada con
incrustaciones de oro que contenía las conchas. La princesa pasó los dedos por
las pequeñas y secas conchas, y se oyó un débil repiqueteo. Cogió una y la puso
boca arriba sobre el tatami. Sachi se inclinó hacia delante. En el interior de
la concha, pintado sobre un fondo de pan de oro, había todo un mundo de nobles
y damas en miniatura.
Había otras
conchas, boca abajo y ordenadas en hileras, entre las dos mujeres. La princesa
cogió una y miró en su interior.
—¿Por qué tengo
siempre tan mala suerte? —preguntó arrojando la concha con fastidio—. Si al
menos fueran conchas de olvido... Entonces quizá podría olvidar. —Y recitó en
voz baja un poema:
Wasuregai /
No reuniré
hiroi shi mo
seji / conchas de olvido,
shiratama o /
sino perlas,
kouru o dani
tno / recuerdos de
katami to
omowan / mi antiguo y precioso enamorado.
Sachi la miró de
soslayo. Pensó en las historias que había oído; decían que habían obligado a la
princesa a ir a Edo y a casarse contra su voluntad con el shogun, y que antes
de eso había estado comprometida con un príncipe imperial. Pero todo eso había
pasado mucho tiempo atrás. ¿Por qué Su Alteza seguía aferrándose al pasado?
¿Por qué Su Alteza estaba siempre tan triste?
«La última concubina». Lesley Downer.
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