EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
¡Con que no ha de haber una mujer que no abuse del imperio que ha
sabido tomar! ¿Y usted misma, a quien he llamado tantas veces mi indulgente
amiga, cesa ya de serlo y me ataca en lo que más aprecio? ¡Cómo pinta usted a
la señora de Tourvel! ¿Qué hombre no hubiera dado su vida por castigar
semejante atrevimiento? ¿A qué otra mujer no le hubiera valido a lo menos una
desvergüenza? Por Dios, no me exponga a pruebas tan terribles, porque no
respondo de poderlas sostener. En nombre de la amistad le pido que aguarde a
que haya logrado a esta mujer para murmurar de ella. ¿No sabe que sólo el
placer tiene el derecho de arrancar la venda del amor? Pero, ¿qué digo? ¿La
presidenta de Tourvel tiene acaso necesidad de hacer ilusión? No: para ser
adorable le basta ser ella misma. Le echa usted en cara que se viste mal. Lo
creo, porque todo adorno le daña y todo lo que la oculta la desfigura. En el abandono
del negligé es cuando más encanta. Gracias a los calores excesivos que reinan,
un jaboncillo de lienzo simple rne deja ver su talle redondeado y flexible. Una
muselina clara cubre su hermoso pecho, y mis miradas furtivas, pero
penetrantes, han distinguido ya su forma seductora. Dice usted que su rostro
carece de expresión. ¿Y qué puede expresar en los momentos en que nada habla a
su corazón? Sin duda no tiene como nuestras mujeres presumidas esa mirada
mentirosa que seduce algunas veces y nos engaña siempre; no sabe dar valor a
una sonrisa estudiada, a una frase hueca, y aunque tiene la más hermosa
dentadura, no se ríe sino de lo que le hace gracia. Pero es preciso ver cómo en
los juegos animados presenta la imagen de una alegría franca y natural, como cuando
se halla cerca de un desgraciado, a quien se apresura a socorrer, sus ojos
destellan de un goce puro y piadoso. Hay que verla sobre todo cuando oye la
menor palabra de mimo o elogio cómo se pinta en su rostro celestial aquel
interesante embarazo que procede de una modestia no afectada. Es recatada, es
devota, ¿y por eso ya cree que es fría e insensible? Pienso de muy diverso
modo. ¿Qué sensibilidad extraordinaria necesita tener para revelarla hasta con
relación a ese marido y amar un ente que siempre está lejos de ella? ¿Qué mayor
prueba puede usted desear? Sin embargo, yo he sabido procurarme otra.
"The Wisdom Sampler". Detalle 1 |
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Consiento en que entonces me diga: "Te adoro". Entre todas las
mujeres ella sola será digna de pronunciar esta palabra. Yo seré verdaderamente
el Dios que habrá preferido.
Seamos sinceros: en nuestros arreglos, tan fríos como fáciles, lo que
llamamos felicidad es apenas un placer. ¿Me atreveré a decírsela a usted? Yo
creía mi corazón marchito, y no percibiendo sino sensualidad, me quejaba de una
vejez prematura. La señora de Tourvel me ha devuelto las deliciosas ilusiones
de la juventud, y a su lado no necesito gozar para ser feliz. Lo que únicamente
me asusta es el tiempo que va a costarme la empresa; porque no quiero exponer
nada. Por más que recuerde las veces que la temeridad me ha favorecido, no me
atrevo a servirme de ella ahora. Para que yo sea completamente dichoso es
preciso que se entregue ella misma, y no es poco pedir.
Estoy seguro de que usted admiraría mi prudencia. Aún no he
pronunciado la palabra amor, pero ya usamos las de confianza e interés. Para engañarla
lo menos posible, y sobre todo para prevenir el efecto de lo que pueda oír por
fuera, yo mismo, como acusándome, le he referido una parte de mis aventuras más
conocidas. Reiría usted viendo cómo me predica. Dice que quiere convertirme y
no sospecha aún lo que le costará el intentarlo. Está lejos de pensar que
abogando, como dice ella, por las infelices que yo he perdido, habla de antemano
por sí misma. Esta idea se me ocurrió ayer en medio de sus sermones, y no pude
negarme el placer de interrumpirla para asegurarle que hablaba como un profeta.
Adiós, mi bella amiga. Ya ve usted que no estoy perdido sin remedio…
«Las amistades peligrosas». Choderlos De Laclos.
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