Tetera de punto de cruz |
–Si
conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo – dijo el Sombrerero–, no
hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!
–No sé lo
que usted quiere decir –protestó Alicia.
–¡Claro que
no lo sabes! –dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio–.
¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!
–Creo que no
–respondió Alicia con cautela–.
Pero en la
clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.
–¡Ah, eso lo
explica todo! –dijo el Sombrerero–. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En
cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú
quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana,
justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al
Tiempo tu deseo y el Tiempo, en un abrir y cerrar de ojos, haría girar las
agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer! («¡Cómo me gustaría que lo
fuera ahora!», se dijo la Liebre de Marzo para sí en un susurro).
–Sería
estupendo, desde luego –admitió Alicia, pensativa–.Pero entonces todavía no
tendría hambre, ¿no le parece?
–Quizá
no tuvieras hambre al principio –dijo el Sombrerero–. Pero es que podrías hacer
que siguiera siendo la una y media todo el rato que tú quisieras.
–¿Es esto lo
que ustedes hacen con el Tiempo? –preguntó Alicia.
El
Sombrerero movió la cabeza con pesar.
Flores de campanillas bordadas a punto de cruz |
–¡Yo no!
–contestó–. Nos peleamos el pasado marzo, justo antes de que ésta se
volviera loca, sabes, (y señaló con la cuchara hacia la Liebre de Marzo). Fue
en el gran concierto ofrecido por la Reina de Corazones. Yo tenía que cantar
«Titilea, titilea, ratita alada». Seguramente conoces esta canción.
–Creo
que si –dijo Alicia.
–Tiene muchas estrofas –siguió el Sombrerero–. Y todas empiezan así:
«Titilea, titilea...»
Al llegar a
este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: «Titilea,
titilea, titilea, titilea...» y estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un
buen pellizco para que se callara.
–Bueno
–siguió contando su historia el Sombrerero–. Lo cierto es que apenas había
terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar: «¡Vaya forma
estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!».
–¡Qué,
barbaridad! ¡Vaya fiera! –exclamó Alicia.
–Y desde
entonces –añadió el Sombrerero con una voz tristísima–, el Tiempo cree que
quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la
tarde para mí.
–¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? –preguntó.
–Sí,
esta es la razón –dijo el Sombrerero con un suspiro–.Siempre es la hora del té,
y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té.
–¿Y lo que
hacen es ir dando la vuelta a la mesa, verdad? – preguntó Alicia.
–Exactamente
–admitió el Sombrerero–, a medida que vamos ensuciando las tazas.
–Pero, ¿qué
pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? –se atrevió a preguntar
Alicia.
–¿Y si cambiamos de conversación? –los interrumpió la Liebre de Marzo con un bostezo–. Estoy
harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento.
«Alicia en el País de las Maravillas». Lewis Carroll.
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