lunes, 4 de marzo de 2013

Un té de locos

Tetera de punto de cruz
Tetera de punto de cruz
 –Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo – dijo el Sombrerero–, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje! 

–No sé lo que usted quiere decir –protestó Alicia. 

–¡Claro que no lo sabes! –dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio–. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo! 

–Creo que no –respondió Alicia con cautela–.

Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas. 

–¡Ah, eso lo explica todo! –dijo el Sombrerero–. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo, en un abrir y cerrar de ojos, haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer! («¡Cómo me gustaría que lo fuera ahora!», se dijo la Liebre de Marzo para sí en un susurro). 

–Sería estupendo, desde luego –admitió Alicia, pensativa–.Pero entonces todavía no tendría hambre, ¿no le parece?

 –Quizá no tuvieras hambre al principio –dijo el Sombrerero–. Pero es que podrías hacer que siguiera siendo la una y media todo el rato que tú quisieras. 

–¿Es esto lo que ustedes hacen con el Tiempo? –preguntó Alicia. 

Flores de campanillas bordadas a punto de cruz
Flores de campanillas bordadas a punto de cruz
El Sombrerero movió la cabeza con pesar. 

–¡Yo no! –contestó–. Nos peleamos el pasado marzo, justo antes de que ésta  se volviera loca, sabes, (y señaló con la cuchara hacia la Liebre de Marzo). Fue en el gran concierto ofrecido por la Reina de Corazones. Yo tenía que cantar «Titilea, titilea, ratita alada». Seguramente conoces esta canción.

–Creo que si –dijo Alicia. 

–Tiene muchas estrofas –siguió el Sombrerero–. Y todas empiezan así: «Titilea, titilea...» 

Al llegar a este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: «Titilea, titilea, titilea, titilea...» y estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un buen pellizco para que se callara. 

–Bueno –siguió contando su historia el Sombrerero–. Lo cierto es que apenas había terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar: «¡Vaya forma estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!». 

–¡Qué, barbaridad! ¡Vaya fiera! –exclamó Alicia. 

–Y desde entonces –añadió el Sombrerero con una voz tristísima–, el Tiempo cree que quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde para mí. 

Alicia comprendió de repente todo lo que allí ocurría. 

Taza y plato de punto de cruz
Taza y plato de punto de cruz
–¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? –preguntó.

 –Sí, esta es la razón –dijo el Sombrerero con un suspiro–.Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té. 

–¿Y lo que hacen es ir dando la vuelta a la mesa, verdad? – preguntó Alicia. 

–Exactamente –admitió el Sombrerero–, a medida que vamos ensuciando las tazas. 

–Pero, ¿qué pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? –se atrevió a preguntar Alicia. 

–¿Y si cambiamos de conversación? –los interrumpió la Liebre de Marzo con un bostezo–. Estoy harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento.

 «Alicia en el País de las Maravillas». Lewis Carroll.

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