Cuenco hecho de ganchillo sobre bandeja con tapete bordado en rojo y negro |
¿Entiendes? Así son las cosas, en la vida hace falta tener generosidad: cultivar el pequeño carácer propio sin ver nada más de lo que hay alrededor significa seguir respirando pero estar ya muerto.
Imponiendo una excesiva rigidez a la mente, Ilaria había suprimido en su interior la voz del corazón. De tanto discutir con ella, yo incluso tenía miedo de pronunciar esa palabra. En cierta ocasión, cuando era una adolescente, le dije: "el corazón es el centro del espíritu". A la mañana siguiente encontré sobre la mesa de la cocina el diccionario abierto en la palabra espíritu; con lápiz rojo había subrayado la acepción: "líquido incoloro apto para conservar frutas".
Actualmente el corazón hace pensar en seguida en algo ingenuo, adocenado. En mi juventud todavía se podía nombrar con desenvoltura; ahora en cambio es un vocablo que ya nadie utiliza. Las pocas veces que se lo nombra es tan sólo para aludir a su mal funcionamiento: no es el corazón por entero, sino solamente una isquemia coronaria, una leve patología auricular. Pero nadie alude a él, al hecho de que es el centro del alma humana. A menudo me he preguntado cuál podría ser la razón de este ostracismo. "Quien confía en su corazón es un mentecato", decía a menudo Augusto citando la Biblia. ¿Por qué habría de ser un mentecato? ¿Tal vez porque el corazón se parece a una cámara de combustión? ¿Porque allí dentro hay tinieblas, tinieblas y fuego? Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón. Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal, a la falta de control, mientras que quien hace caso a la razón se acerca a las reflexiones más elevadas. ¿Y si no fuesen así las cosas, si fuese verdad exactamente lo contrario? ¿Y si ese exceso de razón fuese lo que deja desnutrida a la vida?
«Donde el corazón te lleve» Susanna Tamaro.
Cuenco a medio tejer en el que se puede ver la cuerda que va por dentro |
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