Bordado de dos muchachas bajo un árbol |
–¡Despierta
ya, Alicia! –le dijo su hermana–.
¡Cuánto rato
has dormido!
–¡Oh, he
tenido un sueño tan extraño! –dijo Alicia.
Y le contó a
su hermana, tan bien como sus recuerdos lo permitían, todas las sorprendentes
aventuras que hemos estado leyendo. Y, cuando hubo terminado, su hermana le dio
un beso y le dijo:
–Realmente,
ha sido un sueño extraño, cariño.
Pero ahora
corre a tomar el té. Se está haciendo tarde.
Así pues, Alicia se levantó y se alejó corriendo de allí, y mientras corría no dejó de pensar en
el maravilloso sueño que había tenido.
Pero su
hermana siguió sentada allí, tal como Alicia la había dejado, la cabeza apoyada
en una mano, viendo cómo se ponía el sol y
pensando en la pequeña Alicia y en sus maravillosas aventuras.
Hasta que
también ella empezó a soñar a su vez, y éste fue su sueño:
Primero,
soñó en la propia Alicia, y le pareció sentir de nuevo las manos de la niña
apoyadas en sus rodillas y ver sus ojos brillantes y curioso, fijos en ella. Oía
todos los tonos de su voz y veía el gesto con que apartaba los cabellos que siempre
le caían delante de los ojos. Y mientras los oía, o imaginaba que los oía, el
espacio que la rodeaba cobró vida y se pobló con los extraños personajes del
sueño de su hermana.
La alta
hierba se agitó a sus pies cuando pasó corriendo el Conejo Blanco; el asustado
Ratón chapoteó en un estanque cercano; pudo oír el tintineo de las tazas de
porcelana mientras la liebre de Marzo y sus amigos proseguían aquel té
interminable, y la penetrante voz de la Reina ordenando que se cortara la cabeza
a sus invitados; de nuevo el bebé–cerdito estornudó en brazos de la Duquesa,
mientras platos y fuentes se estrellaban a su alrededor; de nuevo se llenó el
aire con los graznidos del Grifo, el chirriar de la tiza de la Lagartija y los
aplausos de los «reprimidos» conejillos de indias, mezclado todo con el
distante sollozar de la Falsa Tortuga.
La hermana
de Alicia estaba sentada allí, con, los ojos cerrados, y casi creyó encontrarse
ella también en el País de las Maravillas. Pero sabía que le bastaba volver a
abrir los ojos para encontrarse de golpe en la aburrida realidad. La hierba
sería sólo agitada por el viento, y el chapoteo del estanque se debería al temblor
de las cañas que crecían en él. El tintineo de las tazas de té se transformaría
en el resonar de unos cencerros, y la penetrante voz de la Reina en los gritos
de un pastor. Y los estornudos del bebé, los graznidos del Grifo, y todos los
otros ruidos misteriosos, se transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor
que llegaba desde una granja vecina, mientras el lejano balar de los rebaños
sustituía los sollozos de la Falsa Tortuga.
Por último,
imaginó cómo sería, en el futuro, esta pequeña hermana suya; cómo sería Alicia
cuando se convirtiera en una mujer. Y pensó que Alicia conservaría, a lo largo
de los años, el mismo corazón sencillo y entusiasta de su niñez, y que reuniría
a su alrededor a otros chiquillos, y haría brillar los ojos de los pequeños al
contarles un cuento extraño, quizás este mismo sueño del País de las Maravillas que había tenido años atrás; y que Alicia
sentiría las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los
chiquillos, recordando su propia infancia y los felices días del verano.
«Alicia en el País de las Maravillas». Lewis Carroll.
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