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Amigurumi bebé durmiendo |
Sonríes por mucho que la gente se empeñe en repetir
-presuntamente cargada de razón- que los bebés sólo pueden sonreír a partir de
las seis semanas, según afirman los médicos y los psicólogos.
Tú sonríes cuando estás tranquila o cuando te
despiertas y me ves, momento en que me dedicas un festival de guiños y
balbuceos, supongo que para hacerte perdonar los lloros con los que arremeterás
más tarde. Pareces encantada y aliviadísima al comprobar que no he desaparecido
por la noche. Debe de darte mucho miedo perderme, porque tu padre asegura que
cuando dormimos siempre estás agarrada a un rizo de mi pelo o tocándome la cara
para comprobar que sigo ahí. (Sí, duermes en mi cama, práctica radicalmente
desaconsejada por el inevitable doctor que escribe libros, pero después de
despertarte a las tres de la mañana te niegas en rotundo a volver a tu cuna, y
no estoy yo a esas horas como para intentar hacer entrar en razón a un bebé,
así que te acuesto conmigo, única forma de que aguantemos las dos tranquilas
hasta las siete.)
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Amigurumi bebé durmiendo |
A los que dicen que no puedes sonreír (a los de antes)
les respondo con estos dos argumentos: el primero, que si puedes llorar y hacer
pucheros no veo por qué no vas a poder sonreír, si al fin y al cabo el mismo
esfuerzo supone curvar las comisuras de los labios hacia arriba que hacia
abajo. Y el segundo, que hace poco un científico inglés probó, gracias a las
ecografías de última generación, que los bebés sonríen ya en el vientre de su
madre, con lo cual resulta evidente que la sonrisa es un gesto innato y no un
reflejo aprendido, hecho que de todas formas ya se daba por sabido porque los
bebés ciegos sonríen. Además, hace nada unos japoneses probaron también que los
fetos de cuatro semanas ya tienen actividad cerebral y responden a estímulos
externos (lo vi hace muy poco en el telediario). Es como cuando, por fin, la
ciencia médica reconoció que los fetos pueden comunicarse con la madre desde el
útero después de siglos de hacer oídos sordos a todas las madres que afirmaban
lo evidente: que el niño respondía tranquilizándose si ellas le hablaban o
pegando patadas si ellas lloraban, error médico producto de una sociedad
machista que prefería hacer caso a doctores varones que nunca han estado
embarazados antes que a mujeres que sí sabían de lo que hablaban. El silencio
de unas afirma las causas de otros.
«Un milagro en equilibrio». Lucía Etxebarria.
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