Cuadro de punto de cruz para la cocina con hierbas aromáticas, aceite y limón |
Tita
tuvo mucho cuidado en cebar a los guajolotes apropiadamente, pues le interesaba
mucho quedar bien en la fiesta tan importante a celebrarse en el rancho: el
bautizo de su sobrino, el primer hijo de Pedro y Rosaura. Este acontecimiento
ameritaba una gran comida con mole. Para la ocasión se había mandado hacer una
vajilla de barro especial con el nombre de Roberto, que así se llamaba el
agraciado bebé, quien no paraba de recibir las atenciones y los regalos de
familiares y amigos. En especial de parte de Tita, quien en contra de
lo que se esperaba, sentía un inmenso cariño por este niño, olvidando por
completo que era el resultado del matrimonio de su hermana con Pedro, el amor
de su vida.
Con
verdadero entusiasmo se dispuso a preparar con un día de anterioridad el mole
para el bautizo. Pedro la escuchaba desde la sala experimentando una nueva
sensación para él. El sonido de las ollas al chocar unas contra otras, el olor
de las almendras dorándose en el comal, la melodiosa voz de Tita, que cantaba
mientras cocinaba, habían despertado su instinto sexual. Y así como los amantes
saben que se aproxima el momento de una relación íntima, ante la cercanía, el
olor del ser amado, o las caricias recíprocas en un previo juego amoroso,
así estos sonidos y olores, sobre todo el del ajonjolí dorado, le anunciaban a
Pedro la proximidad de un verdadero placer culinario.
Las
almendras y el ajonjolí se tuestan en comal. Los chiles anchos, desvenados, también se tuestan, pero no mucho
para que no se amarguen. Esto se tiene que hacer en una sartén aparte, pues se
les pone un poco de manteca para hacerlo. Después se muelen en metate junto con
las almendras y el ajonjolí.
Cuadro de punto de cruz para la cocina con hierbas aromáticas, vinagre y champiñones |
Tita,
de rodillas, inclinada sobre el metate, se movía rítmica y cadenciosamente mientras molía las almendras y
el ajonjolí.
Bajo
su blusa sus senos se meneaban libremente pues ella nunca usó sostén alguno. De
su cuello escurrían gotas de sudor que rodaban hacia abajo siguiendo el surco
de piel entre sus pechos redondos y duros.
Pedro,
no pudiendo resistir los olores que emanaban de la cocina, se dirigió hacia
ella, quedando petrificado en la puerta ante la sensual postura en que encontró
a Tita.
Tita
levantó la vista sin dejar de moverse y sus ojos se encontraron con los de
Pedro.
Inmediatamente,
sus miradas enardecidas se fundieron de tal manera que quien los hubiera visto
sólo habría notado una sola mirada, un solo movimiento rítmico y sensual, una
sola respiración agitada y un mismo deseo.
Permanecieron
en éxtasis amoroso hasta que Pedro bajó la vista y la clavó en los senos de Tita.
Ésta dejó de moler, se enderezó y orgullosamente irguió su pecho, para que
Pedro lo observara plenamente. El examen de que fue objeto cambió para siempre
la relación entre ellos. Después de esa escrutadora mirada que penetraba la
ropa ya nada volvería a ser igual.
Tita
supo en carne propia por qué el contacto con el fuego altera los elementos, por
qué un pedazo de masa se convierte en tortilla, por qué un pecho sin haber
pasado por el fuego del amor es un pecho inerte, una bola de masa sin ninguna
utilidad. En sólo unos instantes Pedro había transformado los senos de Tita, de
castos a voluptuosos, sin necesidad de tocarlos.
De
no haber sido por la llegada de Chencha, que había ido al mercado por los
chiles anchos, quién sabe qué hubiera pasado entre Pedro y Tita; tal vez Pedro
hubiera terminado amasando sin descanso los senos que Tita le ofrecía pero,
desgraciadamente, no fue así.
Pedro,
fingiendo haber ido por un vaso de agua de limón con chía, lo tomó rápidamente
y salió de la cocina.
Tita,
con manos temblorosas, trató de continuar con la elaboración del mole como si
nada hubiera pasado.
Cuando
ya están bien molidas las almendras y el ajonjolí, se mezclan con el caldo
donde se coció el guajolote y se le agrega sal al gusto. En un molcajete se
muelen el clavo, la canela, el anís, la pimienta y, por último, el bizcocho,
que anteriormente se ha puesto a freír en manteca junto con la cebolla picada y
el ajo.
En
seguida se mezclan con el vino y se incorporan.
Mientras
molía las especias, Chencha trataba en vano de capturar el interés de Tita.
Pero por más que le exageró los incidentes que había presenciado en la plaza y
le narraba con lujo de detalles la violencia de las batallas que tenían lugar
en el pueblo, sólo alcanzaba a interesara Tita por breves momentos.
Ésta,
por hoy, no tenía cabeza para otra cosa que no fuera la emoción que acababa de experimentar.
«Como agua para chocolate». Laura Esquivel.
Muy bonitos estos motivos a punto de cruz, y parecen de gran dificultad por el colorido. Enhorabuena, son preciosos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios. Más que dificultad es entretenimiento y paciencia.
ResponderEliminarSon espectaculares y especial para una cocina me encantan, felicidades por su buena obra.
ResponderEliminarDisculpa la tardanza en contestar, muchísimas gracias. Comentarios así animan a seguir.
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